12. Por encima de todo debemos deplorar y llorar nuestra tibieza y nuestra negligencia porque nos impiden que nos acerquemos con mayor devoción a recibir a Cristo, en quien reside toda esperanza y todo el mérito de la salvación.

Él es nuestra santificación y nuestra redención (1 Cor. 1, 30); él es el consuelo de los peregrinos de este mundo y la eterna gloria de los santos.

Hay que deplorar sobremanera el poco caso que muchos hacen de este sacramento de salvación, alegría del cielo y sostén del mundo entero.

¡Qué ceguera y qué dureza la del corazón humano que no presta mayor atención a un don tan excelso o que, por gustarlo todos los días, llega hasta la indiferencia!

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.