1. Dulcísimo y amorosísimo Señor, a quien ahora mismo deseo recibir con mucha devoción, tú conoces mi debilidad y la miseria que me aflige; tú sabes en cuántos males y en cuántos vicios estoy sumergido y cuán a menudo yo soy agobiado, tentado, turbado y mancillado. Me acerco a ti para ser ayudado y para impetrar tu ayuda y tu consuelo.

Hablo a quien todo lo sabe y conoce todos los secretos de mi corazón; hablo a aquel que es el único que me puede consolar plenamente y socorrerme en el tiempo oportuno.

Tú sabes cuáles son los bienes que más necesito y cuan falto ando en todas las virtudes.

Lea también: El hombre, al recibir la sagrada Eucaristía, merece la gracia incomparable de la unión divina

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.