1.Abre, Señor, mi corazón a tu ley y enséñame a vivir según tus mandamientos.

Concédeme conocer tu voluntad y recordar con sumo respeto y diligente reflexión tus beneficios, uno por uno y todos juntos, para que pueda desde ahora darte las debidas gracias.

Sé y confieso, sin embargo, que no puedo alabarte ni agradecerte dignamente por el más pequeño de tus favores. Yo soy inferior a todos los bienes que me has concedido y cuando considero tu nobleza, mi espíritu desfallece ante tanta majestad.

Lea también: No hay criatura semejante a ti entre todas las maravillas del cielo y de la tierra

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.