5. El origen de todas las tentaciones perversas es la falta de estabilidad espiritual y la escasa confianza en Dios. Como una nave sin timón es empujada por las olas de acá para allá, así el hombre inconstante y que desiste de su buen propósito, es tentado de diversas maneras.

Como el fuego prueba el temple del hierro (cfr. Eclo. 31, 26), así la tentación al justo. Con frecuencia no sabemos lo que podemos, pero la tentación nos revela nuestras posibilidades.

De toda manera hay que vigilar, sobre todo al principio de la tentación, porque es más fácil vencer el enemigo si no se le permite ingresar en el alma y no se le deja franquear la puerta a la cual había golpeado para entrar. De aquí el dicho: Opónte a los principios, de otra manera tarde llegará la medicina cuando el mal ha caminado demasiado por la larga demora (Ovidio, Remedia amoris, II 91).

En efecto, primero aparece en la mente un simple pensamiento, después una ardiente imaginación, en seguida la complacencia y, en fin, el mal estímulo y el consentimiento. Y así, poco a poco, el enemigo perverso nos posee totalmente porque no le hicimos frente desde el principio. Y tanto más se ha uno torpemente demorado en resistirle, tanto más, día a día, se ha debilitado, mientras que el enemigo se ha fortalecido.

Lea también: Aquel que se aleja de las tentaciones sólo superficialmente, sin desarraigarlas, progresará muy poco

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.