CAPITULO II

Que trata de la limpia y abono de los terrenos, muy especialmente por el método de la quema. De la manera de hacer las habitaciones, y de la siembra.

Un mes se pasa. El sol desde la altura
Manda a la Roza, vertical su rayo;
Ya los troncos, las ramas y las hojas
Han tostado los vientos del verano.

Las hojas en las ramas se encartuchan,
Sobre los troncos se blanquean los ramos,
Y las secas cortezas se desprenden,
De trecho en trecho, de los troncos largos.

Aquí y allá la enredadera verde
Tímida muestra sus primeros tallos,
La guadua ostenta su primer retoño
De terciopelo de color castaño.

Ya el verano llegó para la quema;
La Candelaria ya se va acercando,
Es un domingo a medio día.
El viento Barre las nubes en el cielo claro.

Por la orilla del monte los peones
Vagan al rededor del derribado,
Con los hachones de cortezas secas
Con flexibles bejucos amarrados.

Prenden la punta del hachón con yesca,
Y brotando la llama al ventearlo
Varios fogones en contorno encienden,
La Roza toda en derredor cercando.

Lame la llama con su inquieta lengua
La blanca barba a los tendidos palos;
Prende en las hojas y chamizas secas,
Y se avanza, temblante, serpeando.

Vese de lejos la espiral del humo
Que tenue brota caprichoso y blanco,
O lento sube en copos sobre copos,
Como blanco algodón escarmenado.

La llama crece; envuelve la madera
Y se retuerce en los nudosos brazos,
Y silba, y desigual chisporrotea,
Lenguas de fuego por doquier lanzando.

Y el fuego envuelto en remolinos de humo,
Por los vientos contrarios azotado
Se alza a los cielos, o a lo lejos prende
Nuevas hogueras con creciente estrago.

Ensordecen los aires el traquido
De las guaduas y troncos reventando,
Del huracán el mugidor empuje,
De las llamas el trueno redoblado.

Y nubes sobre nubes se amontonan
Y se elevan el cielo encapotando
De un humo negro que arrebata chispas,
Pardas cenizas y quemados ramos.

Aves y fieras asustadas huyen;
Pero encuentran el fuego a todos lados,
El fuego, que se avanza lentamente,
Estrechando su círculo incendiario.

Al ave que su prole dejar teme,
La encierra el humo al rededor volando,
Y con sus alas chamuscadas cae
Junto del nido que le fue tan caro.

Aquí y allá se vuelve la serpiente,
Buscando una salida, y en su espanto
Se exaspera, se enrosca, se retuerce,
Y el fuego cierra el reducido campo.

Del aire al soplo se dilata el humo
Hasta que llena el anchuroso espacio;
Rosados se perciben los objetos;
Redondo y rojo el sol se ve sin rayos.

Sobre el monte, la Roza y el contorno
Tiende la noche su callado manto,
Bordado con las chispas del incendio,
Que parecen cocuyos revolando.

Se ve de lejos la quemada Roza,
Con los restos del fuego no apagado,
Donde brillan inciertos mil fogones,
Cual vivac de un ejército acampado.

El lunes de mañana, los peones
Van, en la Roza, a improvisar un rancho;
Como hormigas arrieras se dispersan
Los materiales cada cual buscando.

Van llegando cargados con horquetas,
Estantillos, soleras, encañados,
Latas y paja y ruedas de bejuco,
En un plancito, todo amontonado.

En línea recta clavan tres horquetas,
La cumbrera sobre ellas levantando,
Para formar el, rancho vara en tierra,
Con un pequeño alar al otro lado.

Los encañados con bejuco amarran,
En la larga cumbrera recostados,
Y formando sobre ellos una reja
Concluyen con destreza el enlatado.

Empezando de abajo para arriba,
El rancho en derredor van empajando,
Pajas diversas confundidas mezclan;
Palmicho, santainés y rabihorcado.

Y después de formarle el caballete
Lo dividen en dos con un cercado.
Del un lado colocan la cocina,
De habitación sirviendo el otro lado.

Hacen la barbacoa, en que colocan
Las ollas, las cucharas y los platos;
Ponen la vara de colgar la carne,
Y las tres piedras de fogón debajo.

La piedra de moler en cuatro estacas
Aseguran muy bien, y en otras cuatro
Una cuyabra aparadora ponen,
Y a su lado, con agua, un calabazo.

Es hora de sembrar. Ya los peones
Con el catabre sembrador terciado,
Se colocan en fila al pie del monte,
Guardando de distancia cuatro pasos;

Y con un largo recatón de punta
Hacen los hoyos con la diestra mano,
Donde arrojan mezclada la semilla:
Un grano de frisol, de maíz cuatro.

Dan con el mismo recatón un golpe
Sobre el terrón para cubrir el grano,
Y otros hoyos haciendo, en recto surco,
Siguen de frente y avanzando un paso.

Se miran desplegados en guerrilla,
Como haciendo ejercicio los soldados;
Como blancas manadas de corderos,
Sobre el oscuro fondo del quemado.

Cantando alegres, siempre la guabina,
Teñidos de carbón, siguen sembrando,
Haciendo calles paralelas, rectas….
Y al llegar la oración vuelven al rancho.

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