5. Sean dadas las gracias a ti porque no te mostraste indulgente en castigar mis faltas sino que me afligiste en duros golpes causándome dolores y provocándome angustias externas e internas.

Nada de cuanto hay bajo el cielo me puede consolar. Sólo tú, Señor y Dios mío, médico celestial de las almas, que castigas y perdonas, que al infierno haces bajar y de allá vuelves a llamar (Tob. 13, 2). Que tu disciplina me vigile y me instruya tu mismo castigo.

Lea también: Sobre esta tierra nada sucede que no lo haya dispuesto tu providencia

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.