2. Si alguno, que tú amonestaste una o dos veces, no se enmienda, no te pongas a pelear con él, sino encomiéndalo a Dios, para que en todos nosotros, sus siervos, se cumpla su voluntad y la gloria de Aquel que sabe transformar el mal en bien.

Procura ser paciente para soportar los defectos y las debilidades del prójimo, cualesquiera fueren, pues tu también tienes muchas imperfecciones que los otros deben aguantar.

Si tú no alcanzas a se lo que deseas, ¿cómo puedes exigir de los demás que sean conformes a tus aspiraciones? Exigimos a los demás la perfección, pero nosotros no enmendamos nuestros defectos.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.