4. Señor, bendita sea tu palabra, dulce para el oído más que la miel y el jugo de panales (Sal. 18, 11) para la boca. ¿Qué haría yo, rodeado de tantas tribulaciones y angustias, si tú no me animaras con tus palabras? Con tal de llegar al puerto de la salvación, ¿qué me importa lo que habré sufrido y soportado?

Concédeme, Señor, un término feliz; otórgame un venturoso traspaso de este al otro mundo. Acuérdate de mí, Dios mío (Neh. 13, 22) y llévame a tu reino por el camino más recto. Amén.

Lea también: No creas que todo sea inútil si te ves muchas veces atribulado

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.