5. Señor, Dios, justo juez, fuerte y misericordioso (Sal. 7, 12), tú, que conoces la fragilidad y la maldad de los hombres, sé mi fortaleza y toda mi confianza, porque mi conciencia no me basta. Tú sabes lo que yo no sé, y por eso yo habría debido humillarme ante cualquier represión tuya y soportarla con resignación. Con tu bondad, perdóname por todas la veces que no lo hice así y otórgame una gracia mayor para sufrirlo todo en adelante.

Para alcanzar el perdón es mejor para mí tu infinita misericordia que mi supuesta santidad para defender lo oculto de mi conciencia. Aunque no me siento culpable de nada, no por eso puedo considerarme santificado (cfr. 1 Cor. 4, 4), porque, si no fuera por tu misericordia, ningún viviente sería justo en tu presencia (Sal. 142, 2).

Lea también: El testimonio de los hombres falla frecuentemente

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.