2. Mira, por lo tanto, Señor, mi bajeza (Sal. 24, 18) y fragilidad que tú bien conoces. Ten piedad de mí, sácame del pantano para que no me hunda (Sal. 68, 15) y allí quede desamparado para siempre.

Lo que más frecuentemente me avergüenza y me confunde en tu presencia es constatar que soy muy débil y abúlico para resistir al ataque de las pasiones. Y aunque yo no las consienta enteramente, sin embargo, me es molesta y pesada su persecución y me angustia vivir así, continuamente en lucha.

Mi debilidad aparece aún más clara por el hecho de que los pensamientos que siempre debería detestar me invaden más fácilmente de lo que hacen por retirarse.

Lea también: Capítulo 20|Reconocer nuestra debilidad y las miserias de la vida

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.