2. Tu me ordenas acercarme a ti con toda confianza si quiero ser de tu compañía y me mandas recibir el alimento de la inmortalidad si quiero alcanzar la vida eterna y la gloria. Venid a mí todos —afirmas— los que estáis cansados y oprimidos y yo os aliviaré (Mt. 11, 28).

Dulce al oído del pecador es esta palabra, y llena de intimidad. Con ella, Señor y Dios mío, invitas al pobre y al necesitado a recibir la comunión de tu cuerpo Santísimo.

Pero, ¿Quién soy yo, Señor, para que presuma acercarme a ti? Todas la extensión de los cielos no pueden contener tu grandeza y tú dices: ¡Venid a mí todos!

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.