1.Te bendigo, Padre celestial, Padre de mi Señor Jesucristo, porque te has dignado acordarte de mí, pobre miserable.

¡Oh Padre de las misericordias y Dios de toda consolación! (2 Cor. 1, 3), gracias porque me llenas a veces de alegría a mí, indigno de todo consuelo. Te glorifico y siempre te bendigo por los siglos de los siglos en unión con el Hijo, tu Unigénito, y el Espíritu Santo Paráclito.

¡Señor, Dios mío y santo amigo mío! Cuando vengas a mi corazón se alegrarán todas mis entrañas. Tú eres mi gloria y la alegría de mi corazón. Tú eres mi esperanza y el refugio en el día de mi tribulación (Sal. 3, 4; 118, 111; 58, 17).

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.