4. Si no puedes concentrarte continuamente, hazlo de cuando en cuando, por lo menos una vez al día, por la mañana o por la noche. Por la mañana determina tus propósitos y por la noche examina tus acciones: cuál fue tu modo de hablar, obrar y pensar, porque en esto ofendemos con frecuencia a Dios y al prójimo.

Ármate como soldado para luchar contra la malignidad del demonio. Refrena la gula y así reprimirás con mayor facilidad todas las otras malas inclinaciones. Nunca estés del todo ocioso, ocúpate siempre en algo: en leer o escribir, en meditar o en algún trabajo de utilidad para la comunidad. Pero los ejercicios corporales deben hacerse con discreción, porque no son igualmente convenientes para todos.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.