Érase una vez una una preciosa niña que siempre lucía una capa roja porque su mamá y abuelita se la habían confeccionado con mucho amor, suficiente razón para usarla cada día y gastarla mientras fuera de su talla. Por eso la llamaban Caperucita roja.

Caperucita roja vivía en una casa cerca del bosque. Una mañana la mamá le dijo: hija mía como tú abuelita ya es mayor y es importante para nosotros he preparado una cesta con tortas, miel y queso para que se la lleves. ¡Ya verás que contenta se pone!

¡Estupendo mamá! Yo voy a visitarla. Dijo Caperucita saltando de alegría.

Cuando Caperucita se disponía a salir de la casa su mamá le hizo una advertencia: ten mucho cuidado cariño, conserva la ruta, no te entretengas con nada para que la cesta llegué caliente y tú abuelita pueda disfrutar y tener un mejor día en tu compañía.

Haré todo bien, dijo Caperucita roja, tomó las cosas y se despidió dulcemente.

La abuelita vivía al otro lado del bosque, cómo a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita al bosque cuando se encontró con un guarda bosques.

¿Adónde vas Caperucita tan temprano? Pregunto el guarda bosques.

Voy a ver a mi abuelita en el bosque más cercano. Respondió Caperucita.

Linda Caperucita, en el lobo puedes confiar, si lo ves acepta su compañía. Agregó el guarda bosques.

A unos escasos pasos el lobo contempló la escena regocijado.

Caperucita iba cantando y disfrutando de la armonía rítmica de todos los elementos del bosque. De repente una voz amable le dice: Buenos días Caperucita, te ofrezco mi lomo para llevarte mientras te cuento una historia.

A lo que Caperucita respondió: Buenos días lobo, lo acepto con gusto.

Hace ya mucho tiempo cuando las personas no sabían como tratar sus defectos inventaron que el lobo era el mayor peligro del mundo, mis ancestros tuvieron que esconderse y correr para mantenerse a salvo, el lobo era pintado como la trampa, el engaño, la desaparición, pero eran los humanos quienes se escondían en el lobo y no el lobo en la piel de oveja. Por fortuna el hombre encontró como mirarse a sí mismo descubriendo la llave con la que acompañó su determinación de hacerse responsable transformando todo desde su interior para liberar a nuestra especie y ahora poder llevarte en mi lomo sin que haya aspaviento. Así cada quien se encarga de su propia liberación lo que contribuye de forma generosa e involuntaria con la liberación de los individuos restantes.

Caperucita roja lo escuchó atenta. Al llegar a la casa de la abuelita le preguntó si podía dejar pasar al lobo con lo que la abuelita estuvo más que de acuerdo ya que cada día el lobo, pasaba a preguntar cómo se sentía y le llevaba alguna fruta del bosque.

Fué un día muy especial. Por primera vez en la historia el lobo, la abuelita, y Caperucita roja se divirtieron juntos.

Por: Berenice Pérez Hincapié

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