1.¡Mi Dios y mi todo! ¿Qué más quiero y qué mayor felicidad puedo desear? ¡Oh sabrosa y dulce palabra! Todo esto es verdad, pero sólo para aquél que ama a la Palabra y no al mundo y a lo que hay en el mundo. ¡Mi Dios y mi todo! Para el que entiende basta con esto, para el que ama es delicioso repetirlo continuamente.

Todo es agradable si tú estás presente, todo es insoportable si te ausentas. Tú otorgas tranquilidad de corazón, y una gran paz y alegría festiva. Tú haces que juzguemos rectamente todas las cosas y podamos alabarte en todas ellas. Sin ti nada es agradable por mucho tiempo. Para que una cosa guste y sea placentera se necesita la presencia de tu gracia y que sea sazonada con el condimento de tu sabiduría.

Lea también: Es necesario, pues, purificar la mirada de la intención

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.