2. Suspiro el gozo de la paz, clamo por la paz de tus hijos por ti alimentados con el esplendor de la consolación. Si me das esta paz y derramas en mí este santo gozo, el alma de tu siervo te cantará con alegría y te alabará con fervor.

Pero, si te apartas, como con frecuencia lo haces, tu siervo no podrá correr por el camino de tus mandamientos (Sal. 118, 32). Además se le doblarán las rodillas hasta tocar el pecho y no le sucederá más lo de ayer o anteayer, cuando tu luz resplandecía sobre su cabeza y bajo la sombra de tus alas era defendido del ímpetu de las tentaciones.

Lea también: Capítulo 50 | El afligido debe ponerse en las manos de Dios

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.