2. Una vez, interiormente acongojado y luchando entre el temor y la esperanza, un hombre entró en una iglesia y se postró ante el altar diciéndose a sí mismo: «¡Ojalá supera si he de perseverar hasta el fin!» Y enseguida en su interior, escuchó una voz que decía: «¿Qué harías si lo supieras? Haz, pues, ahora lo que más tarde desearías haber cumplido y tendrás tranquilidad en tu interior».

En el acto, reanimado y esperanzado, el hombre se entregó a la voluntad de Dios y cesó su penosa congoja. Y no quiso más investigar para conocer lo que debía sucederle; al contrario se esforzaba para saber cuál fuese la voluntad de Dios, cuál su perfecto beneplácito (Rom. 12, 2) para empezar y llevar a cabo toda clase de obras buenas.

Lea también: Capítulo 25| Firme enmienda de toda nuestra vida

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.