4. ¡Qué maravillosa condescendencia hacia nosotros es la tuya, Señor Dios, creador y vivificador de todos los espíritus, porque te rebajaste a descender a una pobre alma saciando su hambre con toda tu humanidad!

¡Dichoso el espíritu, bienaventurada el alma que merece recibir con devoción al Señor su Dios, colmándose de tal manera de júbilo interior!

¡Qué gran Señor recibe el alma! ¡Qué huésped tan amable admite! ¡A qué amigo tan fiel da hospitalidad! ¡Qué esposo tan noble y tan hermoso abraza! Un esposo verdaderamente digno de ser amado sobre cualquier persona y cualquier cosa que se pueda desear.

Callen ante tu presencia, mi dulcísimo amado, el cielo y la tierra con todas sus bellezas, porque todo lo que poseen de esplendor y de hermosura lo han recibido de tu generosidad, y jamás podrán aproximarse a la gloria de tu nombre, cuyo saber no tiene medida (Sal. 146, 5).

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.