4. Por lo tanto, procede con fe simple y segura y acércate al sacramento con respeto profundo, y todo lo que puedas entender, encomiéndalo a las seguras manos de Dios. Dios no engaña a nadie. Se engaña el que confía demasiado en sí mismo.

Dios camina al lado de los sencillos, se revela a los humildes, da luz de entendimiento a los pequeños (Sal. 118, 130), abre la mente a los puros de corazón y retira su gracia a los curiosos y a los soberbios.

La razón humana es débil, y por eso puede fallar, mientras que la fe nunca puede caer en error.

5. Todo razonamiento y toda búsqueda de la verdad deben seguir la fe, no precederla ni debilitarla. Porque la fe y el amor, que operan de manera misteriosa, descuellan en modo especial en este santísimo y soberanamente excelso sacramento.

Dios, que es eterno, inmenso e infinitamente poderoso, hace cosas grandes e inescrutables en el cielo y en la tierra. Si las obras de Dios fueran tales que la razón humana las pudiera comprender con toda facilidad, no serían maravillosas ni se podrían llamar inefables.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.