27. Como la gracia perfecciona la naturaleza, y la gloria perfecciona la gracia, es evidente que Nuestro Señor es aún en el cielo tan Hijo de María como lo era en la tierra, y que, en consecuencia, Él ha conservado la sumisión y obediencia del más perfecto de todos los hijos, en relación a la mejor de todas las madres. Pero es necesario tomar cuidado para no ver en esta dependencia cualquier rebajamiento o imperfección en Jesucristo, ya que María siendo infinitamente inferior a su Hijo, que es Dios, no lo manda como una madre de la tierra mandaría a su hijo, que en cuanto tal es inferior a ella. María, estando totalmente transformada en Dios por la gracia y la gloria que transforma en Él a todos los santos, no pide, ni quiere, ni hace nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios. Cuando leemos pues en los escritos de San Bernardo, San Bernardino, San Buenaventura, etc., que en el cielo y en la tierra, todo, hasta el mismo Dios, está sometido a la Santísima Virgen, ellos quieren decir que la autoridad que Dios ha querido voluntariamente dispensarle a María es tan grande, que se diría que Ella tiene la misma potestad que Él, y que sus oraciones y súplicas son tan poderosas ante Dios, que son como mandatos a la Majestad divina, que no resiste nunca a la oración de su querida Madre, pues Ella es siempre humilde y conforme a la voluntad del Señor.

Si Moisés por la fuerza de su oración detuvo la cólera de Dios sobre los israelitas de una manera tan poderosa, que este Altísimo e infinitamente misericordioso Señor, no pudiendo resistirle, le pidió que
lo dejase encolerizar y castigar a aquel pueblo rebelde, ¿qué podríamos entonces pensar, con mayor razón, de la súplica de la humilde María, la digna Madre de Dios, que es más poderosa ante su Majestad
que las oraciones e intercesión de todos los ángeles y santos del cielo y de la tierra?

Fuente: Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María y el Secreto de María

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