2. Así como sin mí no podrían satisfacerte todos los bienes, así también a mí no pueden agradarme tus dones si, con ellos, no te entregas a ti mismo.

Ofrécete a mí todo por Dios y tu sacrificio me será agradable. Yo me ofrecí todo entero al Padre por ti y hasta te di todo mi cuerpo y toda mi sangre en el alimento para poder ser todo tuyo y para que fueras tú todo mío.

Pero si tú te quedas encerrado en ti mismo, sin donarte espontáneamente como es mi voluntad, tu ofrenda no sería completa y nuestra unión no sería perfecta.

Por eso, si quieres alcanzar la libertad y la gracia, todas tus obras deben ir precedidas del voluntario sacrificio de tu persona a Dios. Y si los hombres son hoy tan poco iluminados e interiormente libres es porque son escasos los que saben renegar totalmente de sí mismos.

Quedan, pues, inmutables mis palabras: El que de vosotros no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mí discípulo (Lc. 14, 33). Si tú, por lo tanto, optas por ser mi discípulo, entrégate a mí todo entero con todos tus defectos.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.