2. En este sublime sacramento, pues, debes creer más a Dios todopoderoso que a tus sentidos o a los signos visibles. Y por eso el hombre debe acercarse a esta realidad con reverencia y temor.

Vela sobre ti mismo y considera de quién es el ministerio que te ha sido entregado con la imposición de las manos por parte del obispo (cfr. 1 Tim. 4,16. 14).

Has sido hecho sacerdote y consagrado para celebrar. Cuida, por lo tanto, de ofrecer a Dios este sacrificio con fe, con devoción y en el tiempo conveniente. Esfuérzate en exhibir siempre una vida irreprensible. No has aliviado tu carga, sino que te has atado con un vínculo más estrecho de disciplina y te has obligado a una mayor perfección en el camino de la santidad.

El sacerdote debe presentarse adornado de todas las virtudes y dar a los otros ejemplo de vida virtuosa. Su conversación no ha de ser como la de los hombres comunes, sino como la de los ángeles en el cielo o de los varones perfectos en la tierra.

Lea también: Capítulo 5 | Grandeza del sacramento y dignidad del sacerdocio

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.