Me habitan sin permiso en la obsesión de seguir siendo a través de mí; implantándome los deseos, los pensamientos, los sentimientos; ¡forman torbellinos de nada importa!

Agolpándose entre mis átomos me despojan de todo hasta arrinconarme contra indecisión.

Permanezco divagando entre el persistir y el dejarme de un todo sin nada distinto por hacer en el afán de no perderme que recurrir a mi ángel de la guarda, aunque haya renunciado a su custodia alguna vez.

Resurjo del interior de la fuente, he venido a buscarles como parte de la unidad: les susurro que estoy en el ojo del huracán apaciguándolo para que puedan retomar desde la consciencia el objetivo, estando aún en el fondo del precipicio y la adormecedora oscuridad.

Mi voz retumba entre los muertos muertos, entre los vivos muertos. Algunos hablan de mi locura, otros de mis desventuras, de lo que soy, maldad, oscuridad, lujuria, que me controlan los pecados.

He deslizado mi cuerpo junto a los suyos por los diferentes abismos, por los infiernos sin fuego; porque existen otras fuentes de tortura más espinosas de apagar.

Ellos, los vivos invisibles que están en todo lo que hacer han ahogado muchos de mis días en sus ideas, aprovechan mis descuidos para tornarse más fuertes, audaces, insensibles a mis propósitos de conducirlos de nuevo por la senda y transformar el dolor con la comprensión.

Debo defenderme de lo que soy, de lo que he sido, por lo que seré. De los enemigos de mi propiedad.

Por:

Berenice Pérez Hincapié

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