Le vi con el primer rayito de sol su rostro, al abrir sus ojos de ellos emanaba luz propia.

Contemplé por un momento la felicidad personificada, la pureza del amor entregado en totalidad.

Su rostro, su mirada, su gesto cristalino tan dulce como el rocío en la flor; su ser completo entregado a la plenitud de una, dos noches o una vida entera que se vivía en ese instante en el que me reconocía su gran amor.

Por:

Berenice Pérez Hincapié

Lea también: El silencio