2. Dicen mucho débiles y enfermos de espíritu: ¡Mira que buena vida se da ese señor: qué rico es, qué grande, qué poderoso y qué encumbrado! Pero, si consideras cuidadosamente los bienes del cielo, comprenderás que todas las riquezas temporales no valen nada porque son muy inseguras y gravosas y nunca se poseen sin cuidado y sin temor. La felicidad del hombre no está en ser dueño de una gran abundancia de bienes; le basta una modesta cantidad.

La vida sobre la tierra es verdaderamente una cosa mísera. Cuanto mas el hombre aspire elevarse espiritualmente, tanto más la vida se le volverá amarga porque constata plenamente y ve con mayor claridad las deficiencias de la corrupción humana. En efecto, el comer, el beber, velar, dormir, descansar, trabajar y estar sujeto a las demás necesidades naturales constituye, en verdad, una gran miseria y aflicción para el hombre de espíritu que preferiría verse sin esas ataduras y libre, también, de todo pecado.

Lea también: Capítulo 22|La miseria humana

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.