El proceso por el cual se deja el cuerpo físico al estar deteriorado es lo que se espera, a lo que la gran mayoría de seres humanos le temen. Tarde o temprano llega ese instante en el que se debe soltar todo lo material, lo de este mundo y llevaremos consigo un cúmulo de experiencias de las que conservaremos un aprendizaje.

Las diferentes culturas en tiempos remotos han dado mucha importancia al vivir para acumular grandes tesoros que les permitan una mejor vida al dar el paso a la otra vida, esta práctica se evidencia en la historia egipcia, vikinga y, más cercano aún, en nuestros ancestros los indígenas.

Para la cultura griega, en el Inframundo, Hades recibe los espíritus que Caronte en su barca transportaba hasta la otra orilla del río Estigia por lo cual pagaban con una moneda de oro que los cadáveres llevaban debajo de su lengua, dejada allí por sus parientes; cabe anotar aquí que todos iban al infierno.

En la mitología romana, las Parcas eran tres hermanas que regían la vida y el destino de los humanos, se hacían presentes al nacimiento de un bebé. Nona, daba el hilo de la vida, Décima lo medía y Morta lo cortaba y daba la forma de morir.

La muerte reconocida por ser un esqueleto y su atuendo una túnica negra con capucha y una guadaña. Ahora luce un sombrero para no generar tanto miedo y para estar acorde con el tiempo actual; en nuestra cultura es quien corta el cordón de plata.

La muerte en muchas ocasiones se toma como la renuncia a algo para dar inicio a una nueva y mejor vida, lo que implica dolor, así que morir es doloroso y también inevitable.

Y si se decidiera estar vivo siempre o si se comprendiera la muerte como un estado de consciencia se entendería que somos eternos y que la muerte no es la solución a ninguna dificultad sino, un paso más al interior del abismo, cuando se desconoce que los tesoros a acumular para la siguiente vida son los pensamientos, los sentimientos y los actos limpios, es decir, con la única intención de ser más felices.


Por:

Berenice Pérez Hincapié

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