No fue a voluntad de Dios, ni mucho menos su responsabilidad, sin embargo, alguno de sus hijos haciendo uso de su capacidad creadora y continuando con el protocolo del génesis el día trece, dijo: hágase el silencio produciéndose al instante. En el exterior hasta el zumbido de una mosca enmudeció.

Con rapidez el silencio acosador se tomó las calles, los parques… Con anterioridad a aquel acontecer había cerrado las puertas, aún así el descabellado silencio insistía en ingresar a la casa por las rendijas; de todas se apropió, las saturó con su presencia, las redujo, algunas disolvió. Del lado contrario, en frente de aquellas, gran cantidad de humanos se agolparon debiendo renunciar después de muchos intentos al propósito inverso.

Al no obtener éxito y con el empeño en firme encuentran semejantes fisuras a las de la puerta en los muros de sus propias mentes.

Necesitan escapar del presente refugiándose en el salvador pasado para no desear lo ya deseado evitando la formación del innombrable pedido que ahora es más que un simple enredo porque no se comprende lo que pasa, cómo un sólo hombre, un único hijo del omnipotente va a pedir este deseo sin consultarlo.

Cavilosa con los pies bien puestos sobre la tierra y entre el bosque plateado tejido por la luna se dejó ir al profundo instante presente.

Allí donde estaba su corazón tibio, irrigado, palpitante, desnudo; sintió descargar el peso de lo incierto.  En un acto de ternura desmedida consigo misma lo toma entre sus limpias manos, lo contempla con mirada clara, con tacto lo acaricia.  Por primera vez en su vida se detiene ante su latido; el tiempo no le había permitido aquel encuentro y el espacio adecuado no existía.

El corazón sostenido por el asombro de cada sentido consciente, latía con una fuerza inexplicablemente aterradora, sin comprender si moría o vivía  como cualquiera; se va resignando a sentirse seguro, poco después ya sereno permite ser leído, deja notar sus heridas, tantas sangrantes, tantas ya cicatrizadas pero atadas a la cadena de su mente y ésta condenada al recuerdo inconsciente.

Permanecía ese corazón tendido entre aquellas manos como ofrenda a su propio ser. Sin disolver la condena ni las ataduras inicia el palpitar para su propia cura y se va formando a su alrededor el abrigo para continuar vivo, todo en torno suyo se fue ordenando de manera distinta a la existente antes del bienaventurado día trece. Las vibraciones de los colores en este orden abren todas las puertas y se hace música lo que antes formó parte del estruendo.

Pudo repeler el deseo del silencio creando su propio mundo, haciendo  uso de aquella semejanza para su propia historia.

Por:

Berenice Pérez Hincapié