Fotografía individual de un infante fallecido en Sonsón, Antioquia.

“Morir no es morir y no es soñar«, aquí solo reposa el polvo inerte; pero el alma… buscadla más allá”. Gregorio Gutiérrez González.

El presente artículo busca presentar la fotografía post mortem en el municipio de Sonsón que se custodia en el Museo Folclórico Casa de los Abuelos. Donde reposa el archivo del fotógrafo Emilio Pérez, allí se conservan más de 46.000 fotografías y 30.000 negativos, de los cuales 78 fotografías físicas son post mortem, donde se evidencia a los fallecidos en su ataúd o cajón de muerto. En estas fotos los difuntos no posan sentados, ni parados, ni recostados a ningún objeto o persona contundente, esto lo diferencia de la foto post mortem del período Victoriano de finales del siglo XIX. Incluso los infantes fallecidos son cargados por sus padres en su féretro.

Visualizar este tipo de fotografías en el presente, puede causar un poco de estupor, de miedo o de horror. Desde nuestra perspectiva lo podríamos catalogar como algo grotesco o macabro. Desde el siglo XIX y principios del siglo XX era una practica social recurrente y altamente demandada por las personas de la época, para guardar en un registro fotográfico la apariencia “viva” del ser querido que había muerto recientemente. Donde el sentimiento podía ser de melancolía, añoranza, remembranza, pero nunca de estupor.

Después de la invención de la fotografía en 1816 en Francia, se tiene evidencia de producción en Colombia desde 1842, con lo cual se comprueba un arribo de esta tecnología de forma tardía entre nosotros. La fotografía permitió plasmar la realidad del país del momento, y para nosotros hoy estos registros se convierten en “fuentes” o testimonios de la forma de vida de las sociedades del pasado, pues en ellos se pueden apreciar los paisajes, la arquitectura, la moda, las creencias, las costumbres de los vivos, y los vivos incluso después de muertos. La fotografía se fue expandiendo a diferentes lugares del territorio Nacional; Antioquia no fue ajena a la recepción de la cámara y a la practica de fotografiar. En Medellín se tiene el primer registro de una foto post mortem en 1891.

Como lo alude el historiador Juan David Pineda entre las fotografías post mortem en los registros de los fotógrafos de Antioquia hay un buen número de muestras de niños fallecidos, en donde el fotógrafo capta la escena de estos difuntos con la apariencia de tranquilidad y del sueño profundo, lo que hizo que fueran denominados “como pequeños angelitos”. Podemos afirmar que la escenificación fotográfica unida al imaginario popular de hacer la similitud de los niños con seres puros y sin pecado los hacían semejantes a los seres angélicos, ya que por el bautismo según la creencia religiosa cristiana van directamente al cielo a encontrarse con Dios. La vida era frágil debido a las condiciones de pobreza, asepsia, higiene, y salubridad, por lo que era frecuente la muerte de menores de edad, y muchos de ellos recién nacidos. Esto se puede confrontar en los libros de defunciones parroquiales.  

No fue solo en la capital antioqueña donde se realizó esta práctica, también se imitó en otros municipios, en donde los aprendices de fotografía buscaban hacerse a este oficio. Algunos recurrieron a las academias francesas, otros a la enseñanza de otro fotógrafo, o lo hicieron empíricamente. En el caso de Sonsón, Don Emilio Pérez López aprendió este arte del fotógrafo Melitón Rodríguez Márquez (1875 – 1942). Lo cual le permitiendo fundar su estudio fotográfico el cual denominó “Fotografía Venus”. Este gabinete fotográfico existió de 1922 a 1982, teniendo una trayectoria de sesenta años. Este estudio fue muy representativo no solo para la ciudad sino para los alrededores pues allí llegaban personas de Abejorral, Argelia, Nariño y de toda la zona páramo.

La mayoría de las fotografías post mortem del Archivo Emilio Pérez López son de niños muertos. En estas fotografías se pueden apreciar las diferentes clases sociales de la época en detalles estéticos como en la calidad de los vestidos, de los féretros, en los ramos, etc. En algunas fotografías de estos “angelitos” trató de captar por medio del lente que estaban dormidos como, que descansaban serenos, y el cadáver era acompañado con algunos adornos como coronas, medallas, almohadas entre otros, que daban especial y angelical escenificación a la dramática escena. Sus ropas blancas simbolizaban la inocencia de su alma. En otras fotos aparecen los pueriles cuerpos con un lirio blanco que en la iconografía cristiana significa que no tiene mancha alguna.  

En este acerbo, se evidencia la presencia de fotos grupales, en las cuales las familias posan con el difunto, esto se hacia con el fin de mantener viva su presencia y que su recuerdo no se olvide. La fotografía se emplea como un mecanismo para hacer memoria, que como dice la oración: “por voluntad del cielo se han ido separando del nido santo del hogar”. La intención primordial de las personas al retratar los niños muertos era considerarlos como seres de luz que acompañan a las familias desde el cielo. En algunas de estas fotos es posible ver el rostro de angustia de sus familiares, en los más pequeños se evidencie el asombro, o simplemente en la confusión de no comprender aún la realidad de la muerte.

Al analizar las fotografías de Don Emilio cuando el niño no era cargado por un familiar utilizaba dos elementos para crear escenarios para la fotografía post mortem, en primer lugar, empleaba una silla grande realizada de rattán para que le sirviera de soporte para el ataúd y en segundo lugar una mesa que servía para el mismo fin. Hay que anotar que los privilegiados económicamente o cercanos a los fotógrafos de la época eran retratados en su lecho de muerte. La mayoría de las veces para la mayor parte de la población de Sonsón estas fotos eran su primer y el último retrato a la vez. Pues la foto era de alto valor económico, por lo que algunas personas gastaban sus ahorros para tener el privilegio de conservar la efigie del niño muerto.

Para la época, los cadáveres de los adultos eran maquillados, acomodados y vestidos con la mejor ropa que tenían que usualmente era de color negro, y los más devotos eran enterrados con el hábito carmelitano, el cual la tradición oral asevera que era guardado debajo de la almohada, haciendo el recuerdo cotidiano de la muerte. Esto hacia que el creyente estuviera preparado para ese momento final.

En el caso de los niños difuntos no eran maquillados y en la mayoría de los casos eran enterrados con su vestido de bautismo, el cual era preparado por su madre como parte del ajuar, pues los niños se bautizaban el mismo día o una fecha muy cercana a su nacimiento, precisamente por el alto número de muertes infantiles, asimismo, por la doctrina tridentina que recomendaba que estos bautismos se efectuaran con premura. También a diferencia de los adultos, los niños no eran enterrados con el hábito de la Virgen del Carmen pues estos no necesitaban del indulto sabatino. Y hay un caso entre todos de un niño que fue sepultado con una sotanilla y sobrepelliz, lo que induce a pensar que este niño por su temprana edad no era monaguillo, pero puede ser una moda de ataviar los niños con ropas similares a las eclesiásticas, seguramente su madre soñó que este tuviera vocación sacerdotal.

Como se ha podido argumentar, la fotografía post mortem era una práctica común en la sociedad sonsoneña de los años veinte hasta los años setenta aproximadamente, lo cual denota que la costumbre fue decayendo entre los pobladores. Por otra parte, el Archivo Pérez López es una fuente rica para investigación de la historia regional, en ellas se pueden encontrar un valor más allá de lo estético adquiriendo un valor histórico y patrimonial. Asimismo, el estudio del tema de la muerte infantil en los territorios ya por muerte natural, ya por muerte violenta puede ser un polo muy rico para comprender las conductas de los hombres en el tiempo y su relación y asimilación de la realidad de la muerte.

Por último, las fotografías como documentos nos favorecen una interpelación constante con lo que entendemos y sabemos de nuestro pasado, los valores, los usos, las costumbres cambian, por eso estas fuentes merecen ser conservadas, compartidas y divulgadas, haciendo que este archivo pueda acrecentar con más donaciones de particulares los materiales fotográficos, pues estas fotos están cargadas de memoria colectiva. Al celebrar los 210 años de fundación del cementerio San José, es importante aludir a estos usos de la memoria que aluden a la muerte, que han hecho parte de las tradiciones colectivas, no como un espectáculo macabro sino como un sentido memorial.

Nota: Las fotografías pertenecen al archivo de Emilio Pérez López, conservado en Museo Folclórico Casa de los Abuelos, del municipio de Sonsón, con la debida autorización son publicadas con fines investigativos y divulgativos.

Por: Sergio Correa González