Maíz, zanahorias, repollos, cebollas, tomates, lechugas… y grandes campos verdes es lo que hay en la vía a El Peñol, Oriente Antioqueño. Casas de tapia con grandes corredores y muchos materos que cuelgan de los techos para embellecer el recorrido.

Campesinos que trabajan cerca al camino con una sonrisa y tímida mirada, pero muy sincera y cordial, dan la bienvenida. Chocitas de palo y plástico al pie de la carretera repletas de productos invitan al turista a detenerse y degustar de deliciosas tortas que cuelgan al lado y lado de las estacas, mecato amarrado de cabuyas y peces bailando en estanques de agua.

Más adelante, casi en la mitad del camino, los ojos son testigos del encuentro entre paisajes, un río negro que en sus orillas arrulla algunos votes de madera y que desemboca en la represa de Guatapé. Pero antes de llegar a la represa, está un pequeño pueblo que con una hermosa ave fénix, con grandes alas y fuertes chorritos de agua, abren las puertas a una subregión amable, sencilla y cordial; población que a través del arte se proyecta para la vida.

Después de pasar la Fénix que renace de las aguas, (monumento emblemático del pueblo), nos podemos encontrar con uno de los parques que posee este Municipio; al lado derecho se encuentra el centro de servicios múltiples y al otro lado hay un tapete de escalas de cemento que soportan suavemente unos pasos muy ligeros que van subiendo. Son unos tenis converse muy bien amarrados, con unas medias blancas sofocadas por unos estrechos pantalones ajustados a la cintura; una camiseta de colores acompañada por una chaleco verde limón ajustados en los hombros, y en el cuello, una cinta con una pieza de plástico que dice: David Tapias Usme, Contratista.

Son las 7:00 a.m y se dirige para su casa, pero no es precisamente la suya, es el lugar donde se refugia todos los días de su vida, donde se libera y expresa sus emociones, donde comparte con sus mejores amigos que son sus alumnos y donde repudia a la sociedad tan contaminada. Pasa la mayoría del tiempo allí, limpiando, organizando, ensayando con sus estudiantes. Al llegar la noche se acuesta en las tablas, se cobija con sus personajes y empieza a navegar en un sinnúmero  de mundos desconocidos y conocidos a través del teatro.

Critica fuertemente a la sociedad, a la política, al gobierno, a la cultura, al mundo… hasta llegar al punto de criticarse así mismo: cada día quiere ser mejor, superar hoy lo que ayer fue solo una idea.

Todos los días pisa esos pedazos de tabla, ruidosos por los años, pero que aguantan aun miles de miedos, ironías, sueños, protestas, paradojas… De pronto, casi en la mitad del escenario hay un teléfono rojo tirado, de esos que para marcar hay que darle vuelta por vuelta a cada número y para que empiece a sonar el tono de la llamada hay que escuchar primero un sonsonete, el mismo que producen los grillos en la noche…. Ahí en medio del cuarto oscuro está el teléfono sonando… Una luz ilumina el escenario y poco a poco aparece una mujer finamente vestida pero que con la expresión que tiene da la impresión de estar sumergida en el dolor; de pronto se escucha decir: “el mundo tiene una extraña cicatriz, una fisura y no sé quién hizo la herida, tengo hambre de Dios y de esta maldita soledad atorrante…” Habla mientras sostiene un cigarrillo que lentamente va dejando un camino blanco marcado en el aire.

David, detrás de los telones se siente satisfecho por el estreno de su obra, está estremecido por la realidad que llega a crear su actriz con el personaje. Sin embargo piensa: “más que el Monólogo de una actriz triste, me gustaría que fuera el Monólogo de un actor triste, porque es un guión que hace una profunda reflexión al teatro y a la vida, y quizás lo haría desde el corazón”.

Escrito por José Manuel Freidel, las  líneas de este texto corren por la sangre de Tapias, su primer apellido, y como es generalmente llamado por sus alumnos y amigos. Su sangre hierve cuando critica y manda a la mierda la política, la filosofía, la ciencia… pero la cultura, la Cultura es la única que se salva y sobrevive arriba de todas: “porque el Teatro es la madre de las artes, la manera más artística de mostrar a la gente la mierda en que vive… es el medio para hacer tomar conciencia social” comenta David Tapias.

Tiene una hermosa familia conformada por dos mujeres y dos hombres, su mamá y su papá. Cuando apenas contaba con nueve años le tocó afrontar el suceso más difícil de su vida, pues el amor que hasta entonces su papá le brindaba, se fue para otro lugar. Murió cuando David apenas aprendía a ser consciente, a sentir sensaciones extrañas y a conocer el mundo. Esto conllevo a que Tapias se refugiara en sí mismo, en sus escritos, en sus dibujos, y en algo nuevo que por esos días estaba experimentando, el Teatro.

Su mamá, Martha Usme, asume desde ese instante la responsabilidad doble de ser papá y mamá convirtiéndose para David en el motor y la razón para seguir adelante. “Es la única por la  que trabajo y le demuestro que soy capaz, que puedo lograr todos mis sueños”.

En un principio le interesó también tocar guitarra, pintar y hasta bailar pero finalmente descubrió, a sus diecisiete años, que el Teatro era la manera más fácil para escapar… “se fue convirtiendo en una necesidad porque de una u otra forma siento que soy útil a mi comunidad, a mi región, a mi pueblo, a este valle de aguas y bosques que me vio crecer,  al país… en la medida que estoy educando y defendiendo el Teatro como lo que es: Arte”.

Sus aspiraciones son ambiciosas y quiere ser todo un profesional de las artes escénicas: “quiero ser el mejor actor y director del mundo, ético responsable y sacándole el lado bueno a la vida, porque es la única que no permite ensayos”. Concluyó.