4. ¡Oh dolor! Después de una breve concentración nos lanzamos hacia afuera para analizar nuestras obras con un examen escrito. No examinamos nuestras acciones. En realidad el gran diluvio vino porque todo mortal había corrompido su camino (Gén. 6, 12).

Cuando nuestro afecto interior está corrompido, necesariamente se corrompe también la consiguiente acción externa, porque nació privada de fuerza interior. Los frutos de vida virtuosa proceden de un corazón puro.

Lea también: Muchos quieren alcanzar la contemplación, pero no desean practicar cuanto se precisa para conseguirla

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.