7. Los ojos de aquel que suele mirar el cuerpo de Cristo, debieran ser sin malicia y llenos de pudor; puras y continuamente elevadas hacia el cielo las manos que tocan al creador del cielo y de la tierra. Es especialmente para los sacerdotes lo que se lee en la ley: Sed santos, porque santo soy yo, el Señor Dios vuestro (Lev. 19, 2).

¡Oh Dios todopoderoso! Ayúdanos con tu gracia a los que hemos sido honrados con la dignidad sacerdotal, para que podamos servirte dignamente con una vida devota, con toda pureza y una conciencia recta. Y si la fragilidad humana no nos permite vivir con la inocencia de costumbres que de nosotros se exige, concédenos por lo menos que lloremos debidamente el mal cometido y que en espíritu de humildad y con un firme propósito, te sirvamos con mayor fervor de aquí en adelante.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.