3. Los santos empleaban útilmente todo su tiempo y todas las horas para darse a Dios les parecían cortas. Por el gran deleite de la contemplación hasta se olvidaban de la necesidad de comer. Renunciaban a todas las riquezas, dignidades, honores, amigos y parientes; nada querían del mundo; apenas comían lo estrictamente necesario y se quejaban cuando debían someterse a las necesidades materiales.

Eran pobres, por lo tanto, en bienes terrenales, pero muy ricos en méritos y virtudes. Exteriormente padecían necesidades, interiormente abundaban de la gracia y de los consuelos divinos.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.