4. Privados del trato para el mundo, los santos eran íntimos amigos de Dios. En nada se consideraban a sí mismos. Para el mundo eran unos miserables, pero eran apreciados y amados por Dios. Perseveraban en la verdadera humildad, vivían bajo una obediencia sincera, practicaban la caridad y la paciencia y por eso, cada día, progresaban espiritualmente y aumentaban siempre más en la gracia de Dios. Fueron puestos como ejemplo a todos los religiosos; y más nos deben ellos excitar al adelanto interior, que el número de los tibios a la relajación.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.