4. Reconozco que tengo extrema necesidad de dos cosas en este mundo, sin las cuales no podría soportar el peso de esta vida miserable. Encerrado en la cárcel de este cuero, declaro que me faltan alimento y luz.

A mí, que soy tan débil, me diste como alimento de la mente y del cuerpo tu santo cuerpo y me entregaste, además, tu palabra (Sal. 118, 105) para que fuera como lámpara que alumbra mis pasos.

Sin los dos yo no podría vivir santamente, porque la palabra de Dios es luz del alma, y tu sacramento, pan de vida. Estas dos cosas se pueden comparar a las dos mesas (EZ. 40, 40), puestas a uno y otro lado del magnífico templo de la santa Iglesia.

Una es la mesa del sagrado altar, con el pan consagrado, que has convertido en el precioso cuerpo de Cristo. La segunda es la mesa de la ley divina, compendio de la doctrina santa, maestra que enseña la recta fe y nos conduce con toda seguridad hasta la parte más íntima cubierta por el velo, hasta el sancta sanctorum (el santo de los santos) (Cfr. Heb. 6, 19s.; 9,3).

Gracias, Señor Jesús, esplendor de luz eterna, por habernos servido esta mesa de santa doctrina que nos preparaste por medio de tus santos siervos los profetas, los apóstoles y lo otros doctores.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.