4. Pero, ¡qué dolor! Por el bien eterno, por el premio interminable, por la honra suprema y la gloria sin fin, ¡cómo son de flojos! ¡Qué pereza para no fatigarse un poco!

Avergüénzate, por tanto, siervo holgazán y quejumbroso, de que los mundanos se hallen más dispuestos para la perdición que tú para la salvación. Gozan más ellos con la vanidad que tú con la verdad.

Algunas veces les resulta frustrada su esperanza, pero mi promesa nunca falla a nadie, ni deja irse con las manos vacías al que confía en mí. Daré lo que prometí, cumpliré con lo pactado, pero sólo con el que persevere fiel en mi amor hasta el fin.

Yo soy remunerador de todos los buenos y estricto examinador de todos los devotos.

Lea también: Yo les prometo cosas grandes y eternas y los corazones de los mortales no se mueven

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.