3. ¡Oh, cuán poco y bajamente debo juzgarme a mí mismo! ¡En qué pobre consideración debo tener lo poco de bueno que tal vez haya hecho! ¡Oh, Señor! Cuán profundamente me debo anegar en el abismo de tus juicios donde encuentro que no soy otra cosa que nada, y aun menos que nada. Es cosa grande, que supera toda medida; es un océano insondable el cual no hallo de mí otra cosa que una nada total. ¿Por qué entonces me enorgullezco tanto? ¿Por qué confío tanto en mi virtud? Toda vanagloria debe anegarse en la profundidad de los juicios que tú tienes acerca de mí.

Lea también: Todo control de sí mismo será inútil, si falta tu santa vigilancia

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.