68. De lo que Jesucristo es para nosotros, es necesario concluir conforme dice el apóstol, que en nada nos pertenecemos (1 Cor. 6, 19), sino enteramente a Él, como miembros suyos y sus esclavos, que a precio infinitamente caro Él ha comprado con el precio de toda su sangre. Antes del bautismo pertenecíamos al diablo en calidad de esclavos; y el bautismo nos ha hecho verdaderos esclavos de Jesucristo, que no deben vivir, trabajar y morir sino a fin de fructificar para este Dios Hombre (rom. 7, 4), glorificarlo en nuestro cuerpo y hacerlo reinar en nuestra alma, ya que somos su conquista, su pueblo adquirido y su herencia. Por esta misma razón, el Espíritu santo nos compara: 1º – a árboles plantados a lo largo de las aguas de la gracia, en el campo de la iglesia, que deben producir sus frutos en su debido tiempo; 2º – a las ramas o sarmientos de una vid, cuya cepa es Jesucristo, que deben dar buenas uvas; 3º – a un rebaño cuyo pastor es Jesucristo, que se debe multiplicar y dar leche; 4º – a una buena tierra cuyo labrador es Jesucristo, y en la cual la semilla se multiplica y produce frutos al treinta, al sesenta o al cien por uno. Jesucristo lanzó su maldición a la higuera sin frutos (Mt. 21, 19), y fulminó la condenación contra el siervo inútil que no había hecho valer sus talentos (Mt. 25, 24-30). Todo esto nos prueba que Jesucristo quiere recibir algunos frutos de nuestras pobres personas, a saber: nuestras buenas obras, una vez que éstas le pertenecen a Él únicamente: Creati in operibus bonis in Christo Jesu (Ef. 2, 10) – creados en las buenas obras en Cristo Jesús. Estas palabras del Espíritu santo muestran que Jesucristo es el único principio, y debe ser el único fin de todas nuestras buenas obras, a quien debemos servir no sólo como siervos asalariados, sino como esclavos de amor.

Fuente: Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María y el Secreto de María

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