Aún sintiéndote lejos mi corazón te añora;
mi espíritu taciturno esperándote está,
pero mi boca calla porque mi boca ignora
en dónde está el secreto de la felicidad.

Van pasando las horas, los días, minutos y segundos,
y tú tan distante de mí, tan distante de ti,
tan ausente de todos los pueblos.

No puedo conformarme con tu ausencia,
no tardes, regresa pronto que con tu presencia
enalteces con beneplácito y gallardía
los corazones sedientos de paz y de unidad,
con la esperanza de escuchar al unísono
un susurro al oído despierto,
con voz dulce en el agreste mundo: paz… paz… paz…

Paz cuando amanezca la luz de la alborada,
Paz en atardeceres y noches aguerridas,
Paz en el horizonte frío y despiadado
que retumbe como fuerte eco entre vientos,
mareas y glaciares escondidos en la intrépida montaña,
que gime y gime con joven agonía, 
como recuerdo vano en la conciencia impía.

Que se pregone de principio a fin
como lenguaje universal,
que proteja a la humanidad.

Quiero paz en el murmullo lejano de los mares,
que brote del instinto con noble majestad
y que susurre del monte en los pinares,
¡un viva! que perdure hasta el final
con la esperanza firme de unir a las naciones,
a pueblos y provincias, del campo y la ciudad.

Que con altruismo y filantropía cultivemos tan anhelada paz,
como baluarte entre los hombres y como conclusión final.

Por: Anamerce Marto