2. Señor, somos como ciegos y la vanidad nos engaña fácilmente. Si me miro con rectitud, nunca me ha hecho injuria criatura alguna y, por lo tanto, no puedo con justicia quejarme ante ti. Es por haber yo pecado con frecuencia y gravemente ante ti que, justamente, se arma contra mí toda la creación. Por lo tanto, a mí se me debe la confusión y el desprecio, y a ti la alabaza, el honor y la gloria.

Y si no me hubiera preparado a desear sinceramente que todas las criaturas me desprecien y abandonen y a ser considerado una nada, no podré encontrar paz y serenidad interiores y no podré ser espiritualmente iluminado y plenamente unido a ti.

Lea también: Capítulo 41|Desprecio de todo honor mundano

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.