2. Date a mí, y con eso me basta, porque, fuera de ti, no hay consuelo que valga. Sin ti no puedo vivir y sin tu visita no puedo subsistir. Por lo tanto es necesario que me acerque frecuentemente a ti y te reciba como fuente de mi salvación para no desfallecer en el camino si me veo privado de este alimento celestial.

Tú mismo, oh Jesús muy misericordioso, predicando a la multitudes y curándolas de varios males, dijiste: No quiero despedirlas en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino (Mt. 15, 32). Por lo tanto, haz ahora conmigo la misma cosa ya que, para consuelo de los fieles, te ocultaste en el santo sacramento.

Tú eres el suave alimento del alma y quien te come dignamente será partícipe y heredero de la gloria eterna.

Para mí, pues, que con tanta frecuencia resbalo y caigo en pecados y tan pronto me entibio y desmayo, es verdaderamente necesario que me renueve, purifique e inflame con la frecuente oración, confesión y la sagrada recepción de tu cuerpo, no sea que, absteniéndome de comulgar por mucho tiempo, me aleje de mi santo propósito.

Lea también: Capítulo 3 | Utilidad de la comunión frecuente

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.