La palabra nace de la experiencia, de los encuentros y desencuentros, la palabra vagabundea por todos los rincones, juguetea en los versos del poeta, en las recetas del yerbatero, en las canciones del juglar, en las ideas del conductor del bus, en la tesis del investigador, en el diario de campo del etnógrafo, para terminar de nuevo en la experiencia de lo humano.

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Don Esmeraldo, uno  de los últimos yerbateros, artesanos y medio ermitaño de las montañas de Rioverde de los Montes.

¿Usted sabe qué es el copachí, el caparrapí, el guaco, el cariaño?… ¿Conoce cuál es el árbol vaca, el palo de sande, la madera sinmuerte?…

“A mi me llaman Esmeraldo, pero realmente el nombre mío es Esmeraglio Antonio Valencia Montes, ó eso dice en la cédula, mire y veraz, –y me muestra su cédula, muy poquitos conocen mi verdadero nombre. Yo sinceramente no supe donde nací, yo sé que nací un 27 de octubre de 1930, sé que fui santiguado aquí, porque toda mi familia es de Sonsón, ni uno solo es de lejos..”

Don Esmeraldo es un adulto mayor que hoy vive en el C.B.A —Centro de Bienestar del Anciano–, acaba de cumplir 79 años y gran parte de su vida la ha pasado como ermitaño de montaña en montaña y de selva en selva aprovechándola de la mejor manera  para sobrevivir.

Desde adulto don Esmeraldo conoce numerosos caminos, trochas, atajos  y montes de por lo menos 10 de las 16 veredas del extenso cañón del corregimiento Rioverde de los Montes. En su comunidad la mayoría de las personas lo identifican como alguien loco, al que no hay que prestarle mucha atención, pero al interior de esas arrugas y ojos pequeños que brillan con una luz esperanza… existe en su ser maravilloso e ignorado, parte del saber popular de la madre naturaleza, ya que leva 40 años de existencia dedicado a investigar y a conocer la medicina tradicional, la artesanía a partir de semillas y material natural.

Apenas lleva dos meses en el Centro de Bienestar del Anciano y por ello habla en la entrevista que le realizamos en un tiempo presente: “yo vivo en Rioverde de los Montes, sobretodo por todos esos lados de El Coco, me mantengo por ahí montiando, yo la mayor parte de mi vida la he vivido allá”.

Preguntando por su infancia tocamos el tema de la escuela el cual lo llena de nostalgia: “yo estudié apenas como ocho meses no más haciendo primero de primaria y vea la letra mía, -y nos muestra una hoja rayada por él-. Yo tendría unos ocho o diez años cuando estudiaba en Rioverde y pa’ que vea que no pude terminar siquiera el primero, porque había que ayudarle a papa a moler caña…

A mi si me provocaba ir a estudiar, pero él no me dejaba porque hubo que ayudarle a sembrar maíz, a garitiarle -cargarle el alimento al trabajo-, nosotros vivíamos en una finca que se llama La Esperanza, esa finca si es muy lejos… uno se demoraba para ir de la finca a Argelia varias horas, vea… salía a las seis de la mañana y a las dos de la tarde apenas llegaba.

Por eso cuando yo ya estaba más mayor, por hay a los 30 años me dio por trabajar las artesanías y al mismo tiempo trabajar la agricultura, en ese tiempo me dio por recoger semillas y entonces me dio por rayarlas y apenas las miré vi que eran buenas, entonces me puse en la tarea de hacer collares pipas y entonces las fui haciendo y vendiendo y apenas se vendieron… entonces ya seguí fabricando más artesanías. Mientras estaba la cosecha de frijol yo le trabajaba a la artesanía y cuando recogía la cosecha, le entregaba la mitad pal’ dueño de la tierra y la mitad pa’ mi, vendía parte del frijol, de ahí comía y le daba a mis familiares.

Yo fabrico la artesanía para hacer collares, camándulas, pipas, cortinas. En un comienzo salí pa’ Medellín a vender, luego me fui pa’ Rionegro, pa’ Santuario y todos los primeros sábados salía a otros lugares a vender artesanías, y es que a mi me ha gustado vender es caminando por las calles y charlando por hay con la gente.

Don Esmeraldo es un hombre más sabio con su mente y con sus manos que con sus propias palabras, pues sea su condición de campesino o ya los años, a la hora de hablar de los tantos secretos que posee aprendidos de las mismas entrañas de las montañas, es notable que sería mejor estar con él recolectando las plantas para poder aprender de forma más exacta cada uno de sus valiosos secretos.

Don Esmeraldo reconoce un sinnúmero de plantas, sabe de sus usos alimenticios, domésticos, medicinales, maderables y artesanales. Recorrió muchos de los rincones inhóspitos de las montañas de Rioverde en busca de semillas hasta el momento en que llegó la tan nombrada violencia, tiempo que empezó a temerles más a los hombres con fusil que a la misma madremonte, quien asegura que existe y en algunas ocasiones asegura haber visto en las montañas de Rioverde.

“Yo varias veces llegué a dormir en el monte, pero a mi cuando aparecieron cosas miedosas yo no volví a dormir en el monte. Lo miedoso del monte no son ni las fieras, ni los asustos” y dice en voz baja “- son los cristianos… que andan por ahí por en el monte – y me ha tocado escuchar a la madremonte, grita muy duro, uno sabe que es ella porque se escuchan los lamentos como un quejido: aiiiii, como bramando. Cuando estaba pequeño se aparecía por ahí, haga de cuenta la madre de uno, es que es igualita a la madre de uno y una vez me estaba envolatando y me cogieron de mi casa y me encerraron, porque iba a echar otra vez pal’ monte detrás de ella…«

Don Esmeraldo, como hombre solitario, se internaba en el monte con una estopa al hombro, en ella echaba un par de ollas, un poco de mercado, un plástico y algunos tarros, bolsas y cabuyas… en su bolsillo siempre su navaja inseparable, en su cintura el machete y en su cabeza un buen sombrero. Sus pasos en la selva no eran ni largos ni afanados, más se dedicaba a observar y a caminar, a conocer y a escuchar el canto de la selva que según él lo entretenía porque entre los animales, las plantas, el viento y el agua, había mucho que escuchar y nunca era igual.

“Entonces después de los 30, 35 años me dedique a la artesanía y a sacar productos de los arboles que sirven para una cosa y otra, A mi muchas de esos secretos me los enseñó un señor que se llama Luis Ramírez, él hacía muchos remedios con las plantas y con los animales.«

Cuando don Esmeraldo encontraba algún árbol de semillas las recogía, buscaba un buen lugar a la sombra donde sentarse, se ponía a trabajar, en un descanso armaba su choza, montaba el almuerzo y se sentaba a tallar y a romper semillas las cuales utilizaba para hacer gigantescas camándulas, artesanías y collares… y es que a don Esmeraldo no se le escapaba nada, alguna vez me lo encontré en el año 2007 en un camino de la vereda La Soledad con un pectoral muy al estilo indígena, construido con huesos labrados y algunos colmillos, me contó que se había encontrado la osamenta de un perruno y que se dijo: “pero que voy a hacer con esos colmillos tan bonitos, y ahí pueden ver la artesanía que fabrico.”

Cuando don Esmeraldo salía a Argelia o a Sonsón, era porque tenía ya todo un surtido para vender, desde algunas decenas de pipas labradas en madera, collares, camándulas y cantidades de tarros fabricados con guaduas llenos de medicina natural, que siempre tarde o temprano terminaba vendiendo a cualquier transeúnte en la calle, camino y hora menos pensada. Las fechas en que más le gustaba salir a don Esmeraldo eran las festividades, en las Fiestas de la Mula en Argelia o en las Fiestas del Maíz en Sonsón.

Sus precios eran muy bajos, lo más costoso era una camándula de las grandes (del tamaño de todo el pecho), que valía cualquier $ 15.000, pero que en realidad podía llegar a costar unos $ 30.000 o $ 40.000 pesos. Casi nadie valoraba el trabajo de don Esmeraldo y esto siempre lo desmotivaba, ante esto decía que: “todo el mundo quería que le regalara el trabajo y que trabajar era muy duro… yo hay veces que me demoro dos meses y otras veces me demoro por hay tres meses pa’ venir y hace tiempo que no voy a Medellín porque no he sido capaz de coger unos centavitos bastantes pa’ poder ir…”

Y entre conversa y conversa es como don Esmeraldo comienzan a hablar de los árboles de sus usos maderables y medicinales que hay en Rioverde: “uno de los arboles más grandes que yo conocí de pequeño fue: el coco, era alto… muy alto, y grueso, por hay de dos o tres abarcaduras. Todos esos arboles toco tumbarlos pa’ los campesinos poder sembrar rozas de maíz. También recuerdo el comino, era muy común, pero lo persiguieron tanto que se volvió escaso, fue muchas las muladas con rastras de comino que salieron de Rioverde pal’ lado de Cocorná, allá se vendían y otra cantidad se tumbó pa’ hacer las casas, hoy en día hay todavía edificaciones en Rioverde construidas con comino, la Capilla por ejemplo. Otra madera buena es el Melcocho, es muy bueno pa’ hacer estacones pa’ cercos, pa’ poner alambrados, no se pudren, ese sí hay mucho en Rioverde.”

“Ya también el uso de los arboles de uso medicinal, por ejemplo el quiebrabarriga que es muy bueno pal’ dolor de barriga y pa’ los riñones, se machaca las ramas, se extrae el jugo de esa rama escurriendo y se la toma en ayunas es muy provechoso.”

«El cariaño no es una madera buena porque se pudre muy fácil, pero eso le corta uno un brazo, o le hace un machetazo en una rama y al mes está la cariaña ahí, por la herida echa una leche y se espera hasta que queda como manteca. La cariaña nunca… nunca se puede partir, la que está sucia sirve para las mulas y el árbol no se muere con la cortada. La cariaña sirve más que todo pa’ los cólicos y pa’ las cortadas o pa’ un nacido, se pone un poquito en el nacido ó pa’ la picadura de un gusano se unta un poquito y se tapa y eso revienta y sale la infección, el gusano y todo lo malo. La cariaña yo las empaco en tarritos de guadua y con plásticos y cabullitas los tapa uno, yo traía a Sonsón hasta 50, 80 y 100 tarros y los vendía a $ 500, a $ 1000, a $ 3000 y a $ 4000, dependiendo el tamaño que la empacara uno.«

«La leche de sande sale de un árbol grueso, grueso… tiene uno que ir muy temprano a la montaña antes de que salga el sol y comience a subir el sande pa’ las ramas, se le busca la caída al palo se y le pega unos machetazos haciendo una forma de uve, y se coloca debajo un tarro pa’ que chorree y ahí se recoge, la botella tiene que ser plástica, si es de vidrio no sirve, luego se tapa y se tira al agua, pa’ que esté fresquita. El sande sirve para las quemaduras, se unta sobre la quemadura, pero con mucho cuidado de no manchar la ropa, también es muy buena pa’ la ulcera, hay mucha gente que se ha curado la ulcera con eso.«

«Pa’ purgarse con aceite de higuerillo y el paico no vayan a comer sal… porque se envenenan, el bejuco guaco sirve pa’ la picadura de culebra, eso se lo pone debajo de la rodilla con un pedazo de tabaco y puchos de cigarrillo, entonces la culebra huele eso y corre de huida porque eso es veneno pa’ ella, Una vez me pico una y entonces yo comí de eso, pero ahí lo más especial es el sumo del guaco que es muy bueno, pero vale por hay $ 40.000 la onza, imagínese que uno se unta un poquito en un pedazo de cayo que uno se corte con la navaja de la planta del pie y ahí mismo sube el sabor a la punta de la lengua, imagínese lo bravo que es ese guaco…«

Cuando se habla con don Esmeraldo de su pasado, de las tierras donde creció con su familia y lo compara con el hoy, le da mucha tristeza, la demuestra en sus ojos, en su voz y en sus gestos, todos cambian… nos dice: “Ahora la finca La Esperanza donde nací está sola, sola… había una escuela grande y está sola, habían muchas casas y muchas ya se cayeron. Yo hace por hay dos años que no voy. Eso le da a uno mucha tristeza recordar la niñez, donde fue uno criado hasta grande, cuando fui se me vivieron muchos recuerdos…

«Recuerdo mucho a mamá y papá, Lázaro Valencia llamaba papá y Genoveva Montes Otalvaro llamaba mamá, yo me conocí con 16 hermanos, la primera se llama Paulina que es la mayor de todos, la otra se llama María Jesús, la otra Carmen, la otra se llama Clara, la otra se llama Josefina, la otra se llama Tulia, otra María Eva, otra Rosa Amelia, otra Teresa, otra Sara… y Sara llamaba una de las que murió, Laura una que murió también, Jesús Antonio y Pedro Antonio y Manuel Adam, yo soy de los últimos. Yo no me quise casar y tampoco tuve hijos, por hay tenía una novia, por hay pal’ Alto de Sabana y se fue a vivir a Manizales y nunca volví a saber de ella…«

La diversidad humana nos muestra a través de don Esmeraldo que siempre hay alguien distinto, que hace otras cosas, en ocasiones impensables, personas que viven más en la montaña, en la soledad, parecen ensimismados, pero no, don Esmeraldo es abierto a la gente, conversador, saber quién aprecia lo que cuenta de la medicina y parece en sus diálogos querer dejar en los otros lo que ha aprendido con los años.

Es por la riqueza de conocimiento obtenido por don Esmeraldo que Luz Dari Arias Herrera, sobrina de Esmeraglio Antonio y Sergio Rodríguez Pérez admirador del artesano se encuentran grabando sus historias, periódicamente van y lo visitan al Centro del Bienestar del Anciano y le llevan pan dulce, que le encanta, lo llevan al parque la Balvanera y conversan con él un buen rato. Cada día la herencia oral que deja don Esmeraldo es recogida por estos dos investigadores de la memoria oral que reconocen de una forma profunda su valor humano.

Esas son algunas facetas de don Esmeraldo, un hombre con infinidad de secretos que ha decidido descansar en la quietud del Sonsón urbano, dejar las montañas y dedicarse a fabricar artesanías y sentirse orgulloso de lo que es, de lo que fue y del conocimiento que pueda brindar a las demás personas.

Por:

José Fernando Botero Grisales
Técnico Operativo en Cultura y Patrimonio