3. Y es por esto, mi Dios, que, según el hombre interior, me complazco en tu ley (Rom. 7, 22), sabiendo que tus mandamientos son buenos, justos y santos y que nos invitan a rechazar todo mal y huir del pecado.

Sin embargo, con la carne, me someto a la ley del pecado y obedezco más a los sentidos que a la razón. De donde hallo que el querer el bien está en mí pero su ejecución no (Rom. 7, 18).

Co frecuencia formulo buenos propósitos, pero si me falta la gracia que me ayude en mi debilidad, al menor obstáculo vuelvo atrás y me desaliento. Y entonces sucede que distingo el camino de la perfección y veo suficiente claridad cuál deba ser mi conducta, mas, agobiado bajo el peso de mi propia corrupción, no sé elevarme a cosas más perfectas.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.