1. Bondadosísimo Señor Jesús, cuán grande es la dulzura que experimenta el alma devota que se acerca con fervor a tu banquete, donde no se presenta otro manjar más que a ti, su único amado, a quien desea por encima de cualquier cosa que pueda apetecer su corazón.

Sería sin duda muy grato para mí derramar en tu presencia abundantes lágrimas de amor y con ellas regar tus pies como la arrepentida Magdalena.

Pero, ¿dónde está tanta devoción? ¿Dónde está esa generosa profusión de lágrimas santas? Y, sin embargo, en tu presencia y en la de tus santos ángeles, todo mi corazón debería arder y llorar de alegría.

En este sacramento te tengo realmente presente aunque oculto bajo otra apariencia.

Lea también: Bienaventurado aquel que se ofrece a Dios en Holocausto todas las veces que celebra la misa o comulga

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.