1.Escucharé lo que el Señor Dios habla a mi corazón (Sal. 84, 9). Feliz el alma que oye al Señor que le habla y recibe de su boca palabras de consolación.

Felices lo oídos que perciben las ondas de las inspiraciones divinas y desprecian las murmuraciones mundanas. Felices los oídos que no escuchan la voz que suena desde afuera, sino que oyen la verdad que enseña en el interior.

Felices los ojos que cerrados a las cosas exteriores, están atentos a las interiores.

Felices aquellos que penetran las espirituales y con ejercicios continuos se esfuerzan para comprender siempre más secretos celestiales.

Felices los que se alegran en ocuparse de los asuntos de Dios y se liberan de toda preocupación mundana.

Considera todo esto, alma mía. Cierra las puertas de los sentidos para que puedas escuchar lo que te dice en el interior el Señor tu Dios.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.