1. Señor, Dios mío, con la dulzura de tus bendiciones (Sal. 20, 4), ven en ayuda de tu siervo, para que pueda acercarme digna y devotamente a tan excelso sacramento.

Atrae mi corazón hacia ti y haz que sacuda mi pesado entorpecimiento. Visítame con fuerza salvadora (Sal. 105, 4) para que pueda gustar en espíritu tu dulzura que se oculta plenamente en este sacramento como en su fuente.

Ilumina también mis ojos para poder contemplar tan elevado misterio y otorgarme la fuerza para creerlo con fe segura.

Todo esto es obra tuya y no del poder humano; es una institución sagrada tuya y no una invención de los hombres.

Por lo tanto no hay nadie que pueda por sí solo comprender plenamente estas cosas que superan, además, la inteligencia de los ángeles.

Y yo, indigno pecador, polvo y ceniza, ¿qué podré investigar y entender de tan profundo y santo misterio?

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.