1.¡Oh morada felicísima de la ciudad excelsa! ¡Oh día esplendoroso de la eternidad que la noche no oscurece, continuamente alumbrados por la suma verdad; día siempre alegre, siempre seguro y, por su esencia, siempre inmutable! Ojalá hubiera amanecido ya ese día y hubiera así terminado todas estas cosas transitorias.

Ese día ya está iluminado a los santos con su perpetua claridad, pero a los que peregrinan aún sobre la tierra sólo los alubra de lejos y con la luz reflejada.

Lea también: Levanta, pues, tu mirada hacia el cielo

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.