1.Hijo, cuando experimentes un deseo de eterna felicidad que te es infundido desde lo alto, cuando suspires salir de la pobre morada del cuerpo para poder contemplar mi luz, sin ninguna sombra que la pueda alterar, ensancha tu corazón y recibe con toda solicitud esta santa inspiración.

Da gracias sin fin a la suma bondad por tratarte con tanta clemencia, por visitarte con tanta deferencia, por ayudarte con tanta eficacia y sostenerte con tanto vigor para que no resbales por tu propio peso hacia las cosas terrenas.

Todo esto no lo consigues por tu iniciativa o por tu propio esfuerzo, sino únicamente por bondad de la gracia celestial y de la voluntad divina. Te será concedido así poder progresar en las virtudes con una humildad mayor, prepararte para las luchas venideras y así permanecer unido a mí de todo corazón y servirme con voluntad ardiente.

Lea también: Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón (Mt. 6, 21)

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.