6. Por eso, tú que eres la Verdad, dijiste claramente: Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón (Mt. 6, 21).

Si amo el cielo, gustosamente pensaré en cosas celestiales. Si aprecio el mundo me alegraré con las prosperidades mundanas y me entristeceré de las contrariedades.

Si amo la carne, mi imaginación se ocupará de argumentos carnales, y si prefiero el espíritu, me deleitaré en asuntos espirituales.

Cualesquiera sean las cosas que amo, de éstas hablaré y me encantará oír hablar; de éstas me agradará llevar conmigo el recuerdo.

Pero bienaventurado es el hombre, Señor, que, por tu amor, repudia a todas las cosas creadas, hace violencia a su naturaleza y crucificada los apetitos carnales con el fervor del espíritu, para que, con una conciencia sin mancha, pueda ofrecerte una oración pura y, desprendido interna y externamente de todo lo material, sea digno de ser agregado a los coros celestiales.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.