3. El sacerdote, revestido con los ornamentos sagrados, representa a Cristo, para elevar a Dios súplicas reverentes y humildes, tanto para sí como para todo el pueblo.

Lleva, sobre el pecho y sobre las espaldas, la señal de la cruz, para meditar continuamente la pasión de Cristo. Delante de sí, en la casulla, lleva la cruz para mirar atentamente cuáles son las huellas trazadas por Cristo y para seguirlas con fervor. La lleva en las espaldas para que aprenda a soportar con mansedumbre toda contrariedad que le causen los otros.

Delante lleva la cruz para deplorar sus pecados, y la lleva atrás para que, movido a compasión, llore por los pecados ajenos y para recordar que ha sido nombrado mediador entre Dios y los hombres pecadores y no deje de orar y ofrecer el santo sacrificio hasta hacerse digno de alcanzar la gracia y la misericordia.

Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios, alegra a los ángeles, edifica a la Iglesia, ayuda a los vivos, facilita el eterno descanso a los difuntos y hace de sí mismo el dispensador de todos los beneficios divinos.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.