81. En segundo lugar, para vaciarnos de nosotros mismos, es preciso que muramos todos los días a nosotros mismos. Es decir, es menester renunciar a las operaciones de las potencias de nuestra alma, y a los sentidos del cuerpo; que debemos ver como si no viésemos; oír como si no oyésemos; servirnos de las cosas de este mundo como si no nos sirviésemos de ellas (1 Cor. 7, 29-31), lo que San Pablo llama morir todos los días: Quotidie morior (1 Cor. 15, 31). “Si el grano de trigo cayendo en tierra no muere, queda sólo y no produce ningún fruto bueno”: Nisi granum frumenti cadens in terram mortuum fuerit, ipsum solum manet (Jn. 12, 24-25). Si no morimos a nosotros mismos, y si nuestras más santas devociones no nos llevan a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos fruto que valga, nuestras devociones nos serán inútiles; todas nuestras obras de justicia serán mancilladas por el amor propio y nuestra propia voluntad, lo cual hará que Dios considere como abominables los más grandes sacrificios y las mejores acciones que podamos realizar; que en la hora de nuestra muerte nos encontraremos con las manos vacías de virtudes y de méritos, y que no tendremos ni una chispa del puro amor, el cual no es comunicado sino a las almas que han muerto a ellas mismas, cuya vida está oculta con Jesucristo en Dios (Col. 3, 3).

Fuente: Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María y el Secreto de María

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